El río, en su andar interminable,
traza la senda en el silencio,
y las piedras, en su rostro inmutable,
me cuentan secretos en la brisa.

Las hojas, en su vuelo ligero,
definen un canto leal,
y así miro mi mundo sincero
y en su reflejo, el alma inmortal.

  • Francisco de Quevedo