No hay quebranto en la noche estrellada,
y los suspiros son el viento,
en mis horas de sombra callada,
oun eco de amor, un sentimiento.

Cuando el rocío acaricia el campo,
las flores se abren en un canto,
y el ceñirse en un tiempo manso,
del alma me eleva y me planto.

  • Francisco de Quevedo