Ven, amada, y siente las caricias del viento, las suaves melodías que ofrecen las hojas. Dejemos atrás las sombras que nos envuelven, y permitamos que el amor corra líquido, como el río que abraza sin cesar.

Aquí, donde el cielo se une con la tierra, y la danza del universo se precipita en el sentir, y cada estrella se convierte en un eco del alma, los sentimientos juegan en libertad, y el amor anida en nuestro abrazo eterno.

El canto de las flores sigue su curso, y en cada susurro hay un eco que florece, en ese instante hermoso que nos pertenece, y el tiempo se detiene como un canto inacabado.

  • Tomás de Iriarte